Mar, vientos y embarcaciones

“El mar es un antiguo lenguaje que ya no alcanzo a descifrar”, dice un verso del poema de Jorge Luis Borges titulado Singladura, cuyo significado remite a la distancia recorrida por una nave en 24 horas, proviene del verbo singlar (andar la nave con rumbo determinado). Por ello, hoy haremos una circunnavegación que consistirá en dar vueltas en círculo alrededor de las páginas del Diccionario para pescar, en ese profundo mar que es la lengua española, algunos términos asociados con el ámbito marítimo. Para este viaje invocaremos el resguardo de Poseidón, fiero dios de los mares, conocido como Neptuno en la mitología romana, para evitar una odisea al zabordar o encallar en la restinga que es una punta de arena o piedra bajo el agua ubicada a poca profundidad. 

Me pregunto… ¿qué embarcación abordar? Pueden ser canoas, como las usadas por los aguerridos indígenas caribes; tal vez una corbeta, antiguo buque de guerra, con tres palos y vela cuadrada, semejante a la fragata, aunque más pequeña; o una carabela, embarcación ligera, con una sola cubierta, espolón a proa, popa llana y tres palos, con cofa solo en el mayor, entenas en los tres para velas latinas, y algunas vergas de cruz en el mayor y en el de proa.  Mejor aún, podríamos surcar las olas en un moderno trimarán, cuya velocidad es impresionante por ser un catamarán, generalmente de vela, con dos cascos unidos. Es utilizado para la práctica deportiva del velerismo.

Pero, al invocar a las deidades grecolatinas, lo correcto sería partir en un trirreme, embarcación de guerra con tres filas paralelas de remos a cada lado. Por su parte, el birreme evolucionó de la antigua galera, nave de vela y remo con distintas clasificaciones (acelerada, bastarda, gruesa, sutil, galeota). En España, durante el siglo XV, se condenaba a los presidiarios (galeotes) a cumplir trabajo forzado como remeros. Para mantener el rumbo ellos debían salomar, es decir, entonar un canto llamado saloma para acompañar su faena, y así hacer simultáneo el esfuerzo de todos, evitando así que el cómitre (vigilante a cargo) diera la orden “¡fuerarropa!” para recibir latigazos, como vimos en un artículo anterior.

Aspiramos a atracar en la rada de un puerto seguro para que la nave pueda estar anclada al abrigo de los vientos. Pedimos al dios Eolo que los vientos de distintas latitudes: euro, bóreas, céfiro, noto, cecias, austro, propicien un tiempo bonancible y no se desaten tempestades. Haremos uso del quintante, sextante y octante, instrumentos para medir ángulos de una circunferencia en diferentes grados, los cuales son más avanzados que el antiguo astrolabio. Para no zozobrar en la insondable profundidad del océano, aparejaremos nuestra embarcación con todos los elementos necesarios, porque todo marinero debe estar preparado para enfrentar lo que pueda ocurrir en altamar, como por ejemplo saber orzar la nave para inclinar la proa hacia la parte de donde viene el viento o un rompimiento de la vela (rifadura) que ponga fin a la travesía.

Palabras en Juego les recomienda releer…

Vestido, sastra y ¡fuerarropa!

Autor: Susana Harringhton

Venezolana, profesora universitaria, amante de la literatura, orgullosa de sus raíces. Agradecida por los amigos que la vida y las letras le han regalado.