De sederos y sericicultores

Hoy volvemos al mundo textil con nuevas variedades de tela, esta vez todas producidas gracias a la labor de un mágico insecto llamado gusano de la seda, cuyo capullo sirve para la confección de distintos tejidos como el soplillo, que es muy ligero, y la tiritaña, que es muy endeble, a diferencia del segrí, que es más fuerte -se usó antiguamente para confeccionar vestidos de señora-, mientras que el tabí se caracteriza por tener labores ondeadas que forman aguas y el tisú por estar entretejido con hilos de oro o plata.

Aunque pueda sonar a trabalenguas, el proceso de fabricación y producción de la seda se denomina sericicultura y la persona que lo realiza es un sericicultor. Su origen se remonta a la milenaria cultura China y durante siglos estuvo muy resguardado para que los europeos no supieran su procedencia. Desde épocas precristianas, estos últimos quedaron fascinados por las propiedades de la seda como materia prima para la elaboración de prendas de vestir y de ornamento.

Las clasificaciones de la seda responden a distintos criterios, como la parte del capullo de donde se extrae, por ejemplo, la que se ubica en el exterior se denomina ocal o adúcar. Por su parte, la seda conchal es de mayor calidad que la azache. Si es brillante y lustrosa, se llama joyante.  

Esta puede ser labrada por un sedero, quien seguramente trabaja en una sedería, una palabra con un sentido amplio que no solo abarca el establecimiento donde se comercian estos tejidos, sino también todo el conjunto de prendas hechas de este material, así como el tráfico de la seda que fue muy común hace siglos.

Y cortamos el torzal o cordoncillo delgado de seda para dejar que el gusano siga en su afanosa labor. 

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Autor: Susana Harringhton

Venezolana, profesora universitaria, amante de la literatura, orgullosa de sus raíces. Agradecida por los amigos que la vida y las letras le han regalado.