La historia que les relataré empieza con un viaje que emprendí junto a mi equipo deportivo hacia los llanos venezolanos, al estado Guárico, al mero centro del país. Este viaje lo hice con mis compañeros que practican carreras de obstáculos, deporte mejor conocido como OCR, por sus siglas en inglés (Obstacle Course Racing), porque forma parte de mi filosofía de vida el ejercitar cuerpo y mente.
El caso es que recibimos una invitación para realizar una exhibición del deporte que hacemos, en lo que fue una jornada larga, asoleada y agotadora, pero todo se vio recompensado al final del día en el hermoso lugar en el que recibimos la noche. Bueno, la verdad es que nos dejaron abandonados en medio de la nada -ni una casa a kilómetros de distancia-, pero pensé que lo mejor en ese momento era buscar el lado positivo, en lugar de angustiarnos. Al estar en una zona tan apartada, no había contaminación lumínica que alterara la oscuridad natural de la noche, por lo que invité a mis compañeros a mirar hacia el firmamento, a ver una bóveda celeste colmada de estrellas, como casi nunca tenemos el privilegio de ver en la ciudad.
En ese momento empezamos a compartir lo que cada uno de nosotros conocía de las constelaciones o costelaciones, que también podemos llamar asterismos. De un momento a otro, ese potrero en el que nos habían dejado se convirtió en un observatorio improvisado, obviamente sin los instrumentos apropiados, como un telescopio, o un astrolabio, que era usado antiguamente para determinar la posición de los astros, y mucho menos había lo que usaban los navegantes para calcular la altura de los astros, una ballestilla.
Así comenzamos a hablar de astronomía, que no debe confundirse con astrología, y mucho menos con gastronomía, que es el arte de preparar una buena comida.
Tuvimos la suerte de que no era una noche de plenilunio, pues cuando la luna no está llena es cuando brillan más las estrellas, y jugamos a ser astrónomos. En una especie de ejercicio de astrografía, pudimos contemplar y tratar de identificar astros, planetas, luceros, nebulosas, galaxias y otros cuerpos célicos que están a miles y millones de años luz. Puedo afirmar que tuvimos suerte de observar un cielo astrífero o estelífero, que son formas poéticas para decir que estaba estrellado o lleno de estrellas, y pudimos disfrutar del brillo simultáneo o confulgencia de muchas estrellas en ese cielo constelado.
Fue una noche sideral y estelar, aunque nos faltó ver una estrella de rabo, que es como le dicen también a los cometas, los cuales dejan una ráfaga luminosa que se conoce como cabellera. Algunos dicen haber visto una que otra estrella fugaz de poco brillo y que se mueve con lentitud, que hoy me enteré que se llama bradita.
En esa noche sidérea, cuando les dije que alzaran la mirada al cenit o zenit (también cénit o zénit), comentaron que yo estaba actuando como un ser elevado, por querer que viéramos las estrellas en medio de aquella situación apremiante, en medio de la nada, pero habrían dicho que estaba más elevado si les respondía la verdad: no hacía falta mirar al cielo para ver las estrellas, pues las verdaderas estrellas eran las que me acompañaban esa noche y solo tenía que ver a mi lado para contemplarlas, estrellas que nadie puede eclipsar. A mi equipo, los Gladiadores de Obstacle Racers.
Palabras en Juego les recomienda releer…
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