Hace mucho tiempo, en mi adolescencia, un buen amigo me compartía una historia sobre un herpetario y la palabra me sorprendió: “¿un herpetario? ¿qué es eso?”. Un lugar donde hay serpientes, me respondió. “¡Qué rara palabra! ¿No será serpentario?”, le dije sin poder ocultar mi incredulidad. Corrí a ver el diccionario y, efectivamente, él tenía la razón: lo correcto era herpetario y serpentario no existía.
Hoy reviso de nuevo y vuelvo a sorprenderme: la palabra herpetario ya no está -aunque sí está la herpetología como el tratado de los reptiles, así como herpetólogo y herpetóloga– y ahora sí incluye serpentario, definido como la instalación destinada a la cría y exhibición de serpientes.
En el artículo Ranero, termitero, leonera quise dejar fuera esta palabra para compartir la anécdota como un ejemplo de la evolución de nuestro idioma y cómo las palabras que hoy conocemos pueden caer en desuso y luego salir del Diccionario.
Así que hoy es serpentario y, con diferente significado, tenemos serpentaria, que es una planta llamada también dragontea, que se cultiva como adorno en los jardines, a pesar de su mal olor durante la floración, y es espontánea en varios puntos de España.
Un sinónimo de serpentario puede ser terrario: instalación adecuada para mantener vivos y en las mejores condiciones a ciertos animales, como reptiles y anfibios.
Y ya que retomamos con otros nombres de albergues animales, agreguemos a la lista apiario (o colmenar), acuario (depósito de agua donde se tienen vivos animales o vegetales acuáticos y recinto destinado a la exhibición de animales acuáticos vivos), y caballeriza (el sitio o lugar cubierto destinado para estancia de los caballos y animales de carga).
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