Prosopopeya

Ayer leía el fragmento de una hermosa poesía del poeta sevillano Gustavo Adolfo Bécquer que decía: “los invisibles átomos del aire en derredor palpitan y se inflaman; el cielo se deshace en rayos de oro, la tierra se estremece alborozada, oigo flotando en olas de armonía, rumor de besos”. Mientras lo releía me vino a la mente que estaba en presencia de una figura  literaria o figura retórica, lo que no sabía era con certeza cuál de ellas era.

Apelando a una rápida asesoría entre mis archivos, pude identificarla: se trata de la prosopopeya. Esta atrayente figura literaria se usa mucho justo en la poesía y consiste básicamente en atribuirle a los objetos inanimados las características de los objetos animados, como también a la inversa, dar a los elementos irracionales las características de los racionales, como el habla por ejemplo, o el pensamiento crítico o el razonamiento. De igual modo sucede con los animales, a los que valiéndonos de esta figura, podemos darle características humanas, como ocurre con las fábulas, mitos o cuentos.

La prosopopeya igualmente se emplea para representar vicios o virtudes partiendo de determinados rasgos de la personalidad, lo cual a la larga, se convierte en referencia. De ese punto de partida emergen expresiones del tipo “Pedro es un Don Juan”, sabiendo de antemano que Don Juan es la personificación de quien es seductor.

De lo anteriormente escrito tenemos entonces que podemos clasificar a la prosopopeya de acuerdo a su uso: animación si otorgamos atribuciones a seres inanimados cualidades de animados, animalización si queremos atribuir a seres humanos características de los seres irracionales y la cosificación si queremos asignar cualidades inanimadas a los seres vivos.

Debo decir también que hoy en día hay una corriente orientada a utilizar la prosopopeya como sinónimo de personificación, refiriéndose casi exclusivamente a representar a personas muertas o ausentes, actuando, pensando o hablando: “si los fundadores de la patria vieran el desastre de país, se estarían revolcando en su tumba”, “si Andrés Bello viera lo que han hecho con su idioma”.

Como ejemplos de animación y del mismo poeta Bécquer podríamos tener el famoso “volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y otra vez con el ala a sus cristales jugando llamarán”, “los suspiros son aire y van al aire, las lágrimas son agua y van al mar, dime, mujer, cuando el amor se olvida, ¿sabes tú a dónde van?”.

Si de animalización se trata, lo ejemplificamos de las siguientes maneras: “Cantaba noche y día libremente, respondió la despreocupada cigarra”, “¿a mí?, respondió asombrada la liebre”, o “los perros hablaban entre ellos de cómo veían la vida”.

Ya para despedirme, les dejaré los siguientes ejemplos de cosificación: “La guitarra canta mis deseos más profundos hacia ti”, “los libros nos llevan a aventuras nunca antes vistas”, “la vieja hamaca no deja nunca de quejarse” o “las margaritas parloteaban, los claveles intentaban cantar a coro, pero nadie los podía oír”. Ahora que mencionamos la animalización, les recomendamos este simpático relato de nuestro amigo y autor invitado, Jorge Herrera: “¡Qué bonita familia!”

Autor: Itser González

Orgullosamente venezolano. Ingeniero de profesión, sociólogo de corazón y juglar en construcción. Apasionado de la conducta humana y ciego amante de las palabras.