Se acerca diciembre y el país donde vivo estará en temporada de ivierno o invierno. En vista del frío que hace, dudo que pueda usar un vestido corto decorado con lentejuela o lantejuela, así que le digo a mi amiga suiza o zuiza que preferiría pasar esas fechas tomando un rico licuor o licor en un bar jamaicano o jamaiquino.
Sin duda, como dice la canción, en el mar la vida es más sabrosa y en sus azules aguas nos podemos zabullir o zambullir con libertad y, cual imagen de un film o filme, es posible correr por la orilla de la playa sosteniendo con una man o mano un sombrero de cogollo o cohollo confeccionado con fibras naturales por los artesanos locales.
En Jamaica tal vez pueda pasear en un paquebot o paquebote y conocer a un parisién, parisiense o parisino; aunque ella dice que prefiere un ambiente más selvático o silvático porque así no tendrá que usar traje de baño y no mostrará la variz o várice que tiene en la pierna.
Yo le digo, enfática: “¡No! El calor de la selva hace que la piel se me llene de sarpullido o salpullido y después debo tomar medicamentos, paso el día somnolienta o soñolienta y me da un hambre voraz o vorace”. Ella, con su verborragia o verborrea, arguye que soy pretenciosa o pretensiosa porque amo la comodidad. Así que seguimos buscando opciones y, como nunca se decide, le doy un ultimato o ultimátum.
Postdata o posdata: Todo el viaje quedó en el olvido o la olvidanza porque en el país se armó una barahúnda, baraúnda o vorahúnda y no habrá vuelos hasta el próximo año, así que el menú de frutos del mar lo cambiaré por una rica pasta con mucha salsa besamel, besamela, bechamel o bechamela.
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