Como un admirador eterno y por ende defensor a ultranza de la vida animal y vegetal, nunca me gustó ninguna práctica que involucre daños a la madre naturaleza, como deforestaciones o maltrato animal. Sin embargo, como un enamorado de la cultura de los pueblos, me interesé sobre la tauromaquia (parte de la idiosincrasia española y cuyos orígenes son simplemente apasionantes). Eso sí, sólo me atrevo a leer sobre ella, ni por error presenciaría nada que tenga que ver, como dije al principio, con los vejámenes a los cuales son sometidos los admirables toros.
La palabra tauromaquia está formada con las palabras griegas tavros, que significa toro, y makhē cuyo significado es luchar, combatir; así tenemos entonces que su definición sea el arte de lidiar toros.
Si profundizamos un poco más, descubriremos que esta voz de origen griego maquia (makhē + ia), significa “cualidad de lucha (makhē), combate”, y la podemos hallar en otras interesantes palabras compuestas, como naumaquia, monomaquia y logomaquia.
Naumaquia era el combate naval que como espectáculo se daba entre los antiguos romanos en un estanque o lago y también se le llamaba así al lugar destinado a este espectáculo, como por ejemplo: La naumaquia de Mérida. Por su parte, la monomaquia es un duelo o combate singular, de uno a uno y finalmente, la logomaquia es aquella discusión en que se atiende a las palabras y no al fondo del asunto.
Teniendo claro el origen de esta terminación etimológica, pudiésemos presuponer que la palabra lisimaquia, pertenece a esta curiosa familia, pues, ¡nada más alejado de la realidad!, la lisimaquia es una bellísima, inofensiva y versátil planta herbácea de la familia de las primuláceas, la cual se puede cultivar en jardineras, macetas y canastas colgadas, lo que realza sus muy vistosas flores amarillas. Por cierto, se emplea contra las hemorragias.
Yo en lo particular, prefiero tener un jardín repleto de lisimaquias que asistir a una barbarie taurina como lo es la tauromaquia.
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