Me dirijo con prisa al supermercado, voy revisando en mi mente el listado de lo que meteré en el carrito: una zandía o sandía grande, un quilogramo o kilogramo de bacallao o bacalao, un ramito de albaca o albahaca, un bróculi o brócoli mediano y tres quilos o kilos de azanoria o zanahoria, cuando me doy cuenta de que pisé un miguelito.
La prudencia indica que debo seguir y alejarme lo más que pueda, porque este artefacto con clavos grandes y retorcidos para pinchar los neumáticos se usa para robar a quienes se detienen a revisar su vehículo. Tengo mieditis o miedo y sigo manejando hasta sentirme segura. Afortunadamente puedo llamar al gruero y me rescata. Al llegar a casa brindo con una copa de curasao o curazao por haber salido bien librada… el aroma a naranja que desprende este licor inunda el ambiente. Me siento en mi comadrita y respiro aliviada. Esta mecedora para mí es un tesoro, en ella mi abuela tejía sus pañitos con hilos en todas las tonalidades del arcoíris de colores.
El efecto del licuor o licor me adormece, mientras afuera, en el árbol de baría, trinan los pájaros que desde hace años anidan allí.
Palabras en Juego les recomienda releer…
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