Una de las razones por las que más valoro el sitio donde vivo es la maravillosa naturaleza circundante, que se compone de cielos normalmente despejados, amaneceres asiduamente neblinosos y atardeceres arrebolados, varios arroyos, un acogedor clima y finalmente una serranía de relajante policromía. Mi casa está enclavada en un recodo de esa cadena montañosa y desde ella puede distinguirse fácilmente mucha de la vegetación que purifica el aire que respiramos, incontable variedad de aves y las nítidas vetas desde donde emergen los riachuelos; asimismo, se nota un ancho cortafuego que cruza una de esas montañas, la más próxima.
La palabra cortafuego es un término utilizado en la arquitectura para definir una pared que se eleva desde la parte inferior de los edificios hasta más arriba del caballete, con el fin de que si hay fuego en un lado, no se pueda transferir a otro lado, pero en agronomía resulta ser una vereda ancha que se deja entre los sembradíos y montes (como es el caso de mi montaña) para que cuando los incendios lleguen allí, no se propaguen por falta de combustible. Basta decir que en Puerto Rico y aquí en Venezuela es un término bastante utilizado, así como su similar contrafuego: la diferencia de este es que en vez de ser una vereda o caminería (conjunto de caminos), resulta en la acción de generar fuego controlado en los cañaverales, pastizales u otras plantaciones con el fin de que cuando los incendios se topen con él, no trasciendan por falta de combustible.
Cuando ha habido incendios en las montañas que refiero, concurren a extinguirlos un grupo de vecinos, héroes sin capa ni remuneración a los que cariñosamente les llamamos «tragahúmos». Ellos sofocan las llamas pertrechados de rudimentarias herramientas, tan básicas que no utilizan ni siquiera un solo matafuego -instrumento o aparato para apagar los fuegos, también conocido como extinguidor-. Igualmente a nuestros «tragahúmos» -palabra inexistente en el Diccionario-, podemos asignarle el nombre de matafuegos, ya que en su segunda acepción lo refiere el diccionario como “oficial destinado a apagar el fuego”.
Ya habiendo mencionado términos asociados directamente con incendios o con el fuego, no podría dejar por fuera la palabra botafuego -varilla de madera en cuyo extremo se ponía la mecha encendida para pegar fuego, desde cierta distancia, a las piezas de artillería, también se le conoce como lanzafuego. Hay que recordar igualmente que a las personas que se acaloran fácilmente y son propensas a suscitar disensiones y alborotos, se les conoce también como botafuegos.
Ahora bien, existe otro término marítimo consistente en un andamio de tablas que se cuelga por el exterior del costado de un buque, para impedir que las llamas suban más arriba de donde conviene cuando se da fuego a los fondos. Dicha palabra es guardafuego.
En otro orden de ideas, es probable que alguno de ustedes yendo de paseo por alguna calle haya visto a algún artista de circo o callejero que hace creer que escupe fuego al lanzar contra una llama el líquido inflamable que previamente se ha introducido en la boca. A esos temerarios artistas se les conoce como tragafuego o tragafuegos, pero no fue sino hasta el año 2017 que se les otorgó formalmente su inclusión en el Diccionario.
Si se trata de la expresión trasfuego, y estamos en Rioja, España, estaríamos refiriéndonos a una persona perezosa que se queda en su casa y hogar, cuando los demás van al trabajo y salen al campo. También se le conoce como trashoguero. Otra de sus acepciones se refiere a un leño grueso o tronco seco que en algunas partes se pone arrimado a la pared en el hogar, para conservar la lumbre.
Ya para terminar, si de Rioja nos vamos a El Salvador en Centroamérica, debemos cuidarnos de algún fuego cruzado entre dos bandos contrarios, de presenciarlo, estaríamos en pleno refuego. Ahora, en el vecino Costa Rica, un refuego es más bien un lugar de mala reputación.
Bello amigo Itser,
Y cuando a alguien le dices, eres un fuego?