En muchas oportunidades hemos olvidado el nombre de alguna persona o simplemente no conocemos su nombre y… ¿qué es lo primero que se nos viene a la mente?, pues darle un nombre, ancestral costumbre humana de asignarle nombre a todo. Nuestras abuelas o nuestras madres suelen intercambiar los nombres de sus hijos o nietos; mi madre, por ejemplo, cuando está distraída suele llamarme por el nombre de mi hermano y viceversa, ¡imaginen a una abuelita con dos decenas de nietos!
Pero cuando tratamos de asignarle identidad a un desconocido, por lo general le otorgamos alguno de los nombres figurativos más comunes, que son fulano, mengano, zutano y perengano o perencejo. Y los hablantes, que somos los que realmente hemos forjado el idioma a través de los tiempos, nos hemos encargado incluso de darles un orden de prioridad a estos personajes: cuando se trata de una sola persona, solemos decir “un fulano, el fulano aquel”; si son dos, lo más frecuente es decir “fulano y mengano”; al ser tres personas decimos “fulano, mengano y zutano”. Extrañamente agregamos un cuarto personaje pero, si es necesario, incluimos a perengano o perencejo.
Pero conozcamos mejor a estos famosos personajes:
Fulano hace referencia a una persona determinada y viene del árabe “fulan” que significa persona cualquiera, y este a su vez del egipcio antiguo –pw rn– “este nombre”. Al fulano en muchas ocasiones se le otorga un sentido despectivo, sobre todo si se le aplica el diminutivo, habitualmente como un sinvergüenza y un bicho de mala ralea. En femenino, sin embargo, y sobre todo cuando lleva el artículo determinado o indeterminado y es nombre común, como “una fulana” (significa “una prostituta”), “la fulana esa…”, “se viste como una fulana”, etc. Lo que sí podemos dar como un hecho es que, siendo un diminutivo, sigue manteniendo siempre su significado original.
Mengano se usa en la misma acepción que fulano, pero casi siempre después de él, y antes de zutano cuando se aplica a una tercera persona, ya sea existente, ya imaginaria. Se presume que viene del árabe “man kan” que significa “quien sea”.
Al tercer sujeto de este triunvirato, zutano, se le llamó en un momento citano y este a su vez viene del supuesto latín –scitānus-, el cual llegaría de “scitus” (sabido, es decir ya conocido o nombrado). En tierras andaluzas suele decirse “cetano” en vez de zutano, lo más probable sea por su proximidad a la formas iniciales.
Un asociado a los inseparables mosqueteros iniciales, es el no menos famoso perencejo, quien tiene la misma indeterminación en la definición que sus amigos, y mejor aún, es el único de los cuatro que goza de un cambio de nombre cuando quiere darse un paseo: perengano. Él salta al escenario luego de que ya hemos mencionado a sus predecesores perengano a su vez, resulta ser una fusión entre el popular apellido Pérez y mengano. Ahora que nos referimos a los apellidos, también es frecuente el uso de la combinación de los personajes referidos con apellidos: “fulano de tal”, “menganita de tal”, “zutano Méndez”.
Y hablando de Méndez, existe otro actor menos universal porque se usa coloquialmente en España, se trata del personaje menda, y se puede usar para designar a la persona que habla: “no pienso ayudarles: menda ya no hace más favores” o para llamar a una persona cuyo nombre se ignora o se omite: “¿quién era el menda ese que andaba contigo?”.
Ya luego de ahondar en la vida de estos personajes que conocemos desde siempre, ¿hay algún personaje propio de tu región que quieras referirnos?
Interesante historia, conocer el origen de estas palabras que solemos utilizar cuando mencionamos a alguien cuando no sabemos su nombre. Y me perdonan los lectores, cuando de insultar a alguien se quiere, que sabroso suena «el fulano o la fulana esa».