Los sombreros protegen de las inclemencias del tiempo, indican dignidades eclesiásticas, jerarquías militares o pueden ser un simple accesorio para marcar una tendencia de la moda. Antiguamente, algunos incluían adornos como el trencellín, que es un cintillo de plata u oro, guarnecido de pedrería.
El empleo de plumas de animales como ornamento es más común que la pedrería. Tenemos la garzota, que es una especie de penacho, observado también en los morriones usados por los militares y en la crin de los caballos.
En cuanto a la materia prima, hay una variedad de sombreros elaborados con fieltro. El origen de esta fibra textil, producida a partir del pelo de distintos animales, se remonta a muchos siglos atrás y su etimología viene del germánico filt. Existe además el verbo fieltrar para describir la acción de dar a la lana la consistencia del fieltro; aunque confieso que mi referente más cercano siempre serán los cuadros de esta tela que compraba en la mercería para las manualidades asignadas en el liceo.
Asimismo, las fibras vegetales ocupan un lugar importante en la fabricación de sombreros. Entre ellas está la paja toquilla, con la que se elabora el famoso sombrero panamá, que hemos mencionado en otros artículos. Asimismo, en Venezuela y Colombia se elaboran sombreros de palma de moriche, conocida también como “árbol de la vida” por el valor que tiene dentro de las culturas indígenas.
En suelos chilenos encontramos la teatina, una planta gramínea cuya paja es preparada por los artesanos populares mediante un riguroso proceso de limpieza y tintura para lograr el diseño de hermosos sombreros acordes al gusto del cliente.
Finalmente, como toda prenda, los sombreros requieren un cuidado especial para evitar que aparezca el saín, que es la grasa acumulada producto del uso, desde el punto de vista estético no resulta nada agradable, así que es recomendable usar una sombrerera (caja) para guardarlos.
Palabras en Juego les invita a releer…
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