La competencia feroz por comida genera muchas adaptaciones únicas, pero pocas se comparan a las de uno de los cazadores más prolíficos de la selva: el único mamífero en el planeta que tiene escamas, el pangolín, cuya piel blindada está compuesta de keratina o queratina, proteína rica en azufre que constituye la parte fundamental de las capas más externas de la epidermis de los vertebrados y de sus derivados, como plumas, pelos, cuernos, uñas, pezuñas, etc., a la que deben su resistencia y su dureza.
Este curioso animal de torpe caminar se pasa noches enteras buscando colonias de insectos, los mismos que sorbe con su lengua larga y pegajosa. Se basa más en el sentido del olfato que en el de la vista. La nariz es su fiel guía por la selva y, para los insectos, son pocas las criaturas más feroces que él: se calcula que un solo pangolín consume alrededor de 70 millones de insectos al año, entre hormigas, larvas y termitas.
Este mamífero es del orden de los desdentados y está cubierto todo, desde la cabeza hasta los pies y la cola, de escamas duras y puntiagudas, que puede erizar, sobre todo al arrollarse en bola, como lo hace para defenderse. Hay varias especies propias del centro de África y del sur de Asia, y varían en tamaño, desde seis a ocho decímetros de largo hasta el arranque de la cola, que es casi tan larga como el cuerpo.
Estas características tan únicas hacen de este simpático insaciable un animal fácil de recordar, ¿no lo creen?
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