Hace unos días relataba una fantástica experiencia que viví hace casi dos décadas frente al Salto Ángel, la caída de agua más grande que se conoce en el mundo. La razón de haber retrotraído aquella inenarrable noche viene dada por otra experiencia más reciente, y en esta oportunidad no tuve un detonante tan enérgico como el mágico fulgor de una perfecta noche de luna llena que iluminaba todo derredor, ni la cadenciosa armonía del agua que descendía desenfrenadamente, tampoco el influjo espiritual de haber conocido la más pura y bella muestra de perfección en la natura.
Esta vez la experiencia es simplemente más humana y paradójicamente más terrenal, más palpable pero tan cautivante como el misticismo que rodea la más profunda espiritualidad. La fuerza catalizadora de esta mi reflexión de hoy es el poder que ejerce la amistad, no solo en mí sino en mi entorno, en el mundo, un motor de cíclico movimiento cuyo combustible puede y debe gestarse en las acciones, bien sea diarias, bien sea administradas en el tiempo, bien en el constante pensamiento.
En ocasión de todo lo que ha dejado a su paso esta pandemia moderna, un día de enero desperté cavilando en todos cuantos lamentablemente han tenido que partir de este espacio terrenal, pero no solo en esas dolorosas pérdidas sino también en quienes seguimos aquí, en quienes han tenido presencia e importancia en nuestra vida. En conclusión, somos lo que vamos cultivando, de quienes nos vamos rodeando y lo que vamos ofreciendo, esa sinergia nos ayuda a un mejor vivir y convivir.
Esa especie de retrospección que sentí aquella mañana vino dada por la rápida actualización que hizo mi memoria -aún sin horadar profundamente- de la cantidad de personas que he visto transitar por los caminos de mi vida, quienes con pasmosa emoción debo comentar -sin que raye en un cliché- que han dejado profundas y hermosas huellas en ella.
Pero como no solo de recuerdos vive el hombre decidí hacer algo al respecto: ese día me planteé buscar a esas personas importantes para mí y hacerles saber mi sentir porque, como mencioné al final del segundo párrafo de esta conversación, el amor por los afectos debemos alimentarlo, regarlo constantemente e impedirle al paso inexorable del tiempo y las distancias la indeseable marchitez. A veces basta un simple acercamiento o una palabra desde el corazón para refrescar lo bien vivido, lo bien sentido, para tornar inmarcesible una preciada amistad.
Inmediatamente puse en marcha esa búsqueda porque el tiempo no se detiene y cada segundo que pasa ya no lo recuperamos, jamás volverá atrás. Aún sin ser muy aficionado a las redes sociales me asistí de ellas para ubicar con éxito a algunos de mis amigos de la adolescencia, a algunas de mis profesoras de la universidad, quienes en su momento dejaron de ser profesoras para convertirse en entrañables amigas y confidentes, a ese jocoso y admirado compañero de serenatas, a aquellas parejas de baile y de parrandas, a esos amigos de la universidad, en fin, esa campaña de búsqueda resultó un éxito total.
Puedo afirmar con regocijo que me siento satisfecho por todo este proceso, he revitalizado mi corazón y mi espíritu, el reencuentro con uno mismo es valioso, pero con personas que han sido importantes para uno, son definitivamente invaluables. Es muy importante para los humanos como entes racionales que somos, una expresión de afecto, un abrazo, el acercamiento, el demostrar lo que se siente, sin temores, tapujos ni corazas.
Somos apenas un grano de arena en el infinito universo, no sabemos hasta cuándo vamos a estar presentes físicamente porque realmente la vida es muy corta, pero la viviremos más a plenitud si nos atrevemos a demostrar lo que sentimos. Cuando comprendamos en su verdadera esencia la importancia de hacer las cosas a buen tiempo y de buscar el modo de recuperar el perdido, en esa medida seremos más felices.
inmarcesible: Que no se puede marchitar.
Palabras en Juego te invita a releer…
Definitivamente la vida es rica en la medida en que se forjan amistades de calidad, como la nuestra querida amiga!
Gracias por tus hermosas palabras
Que hermoso escrito. Que palabras tan ciertas, las amistades verdaderas no se pueden marchitar y llenan de alegría el alma, le dan más sentido a nuestras vidas.
Me siento honrada de tener amistadas inmarcesibles como la tuya mi querido Itser. Agradecida con Jehová, mi Padre, que me permitió la alegría de reencontrarte. Vivimos tiempos difíciles, tiempos grises, pero amistades como la tuya, pintan la vida de hermosos colores y nos roban muchas sonrisas.
Gracias querido Itser, que se repita el reencuentro muy pronto con el favor de Dios. Amén.