Hace pocos días tuve la oportunidad de asistir en calidad de ponente a una universidad local; el tema de la ponencia eran los adagios (sentencia breve y, la mayoría de las veces, moral) y los refranes (dicho agudo y sentencioso de uso común).
Realmente a los refranes y adagios los unen muchas características y los separan delgadas líneas: una de esas líneas tiene que ver con la universalidad del adagio, ya que un adagio tiene vigencia en el mundo entero. Esto no quiere decir que un refrán no pueda tener un ámbito de amplio espectro, pero los refranes van más de la mano con la idiosincrasia de los pueblos, de su pensamiento; por eso los refranes no envejecen nunca, son siempre nuevos y vigentes, tan válidos ayer como hoy.
Puede suceder que un refrán en Venezuela tenga el mismo sentido que en Colombia, pueblos vecinos y hermanos cuya cultura popular tiene muchos rasgos afines. No debe resultar tan fácil que en Japón tenga validez -incluso, que tenga significado alguno- un refrán cuya formación, aplicación y jerga sea originaria de Aracataca -cuna de Gabriel García Márquez-, en Colombia, por ejemplo.
Un refrán de uso corriente en Latinoamérica es aquel que reza “Cuando hay santos nuevos, los viejos no hacen milagros”, otro de uso común es “El que nace barrigón, ni que lo fajen chiquito”. ¿Podríamos imaginarnos la aplicación de este par de refranes en Taiwán o en Singapur?
Otra peculiaridad del refrán es que abarca un sinfín de espacios de aplicación y por ende no se circunscribe solo a valoraciones morales, como mayormente ocurre con los adagios. Tampoco quiere decir esto que los adagios tienen o deben ser meramente moralistas, como pudiese apuntar su propia definición.
Los adagios tienen un origen algo más culto, apuntan más a ofrecer un consejo o una enseñanza, apelando a veces al humor o la ironía, por lo general son duraderos generacionalmente en la memoria colectiva y suelen estar basados en experiencias.
El vocablo adagio viene del latín adagium, del prefijo ad– hacia, y agere– conducir, que significa decir o aducir algo en sentido de afirmación, que se dirige a ella o que sirve para asentarla. Suele citarse en primera persona (aio), de allí que se transforme en adagio.
En el año 1466 nació en Holanda el humanista, teólogo, filósofo, escritor y uno de los más influyentes pensadores de la época renacentista Erasmo de Rotterdam. Ávido coleccionista de adagios, logró reunir en “Adagios del poder y de la guerra y Teoría del Adagio”, casi 5000 adagios entre propios y ajenos. Hoy les traigo algunos de su autoría y estoy seguro que alguna vez han leído o escuchado algunos de ellos:
En el país de los ciegos, el tuerto es el rey.
Más vale prevenir que curar.
La paz más desventajosa es mejor que la guerra más justa.
La verdadera amistad llega cuando el silencio entre dos parece ameno.
El colmo de la estupidez es aprender lo que luego hay que olvidar.
El que conoce el arte de vivir consigo mismo ignora el aburrimiento.
Es preferible recibir una injuria que infligirla.
Ni el mismo Júpiter puede a todos juntos complacer, tanto si envía la lluvia como si la impide caer.
Palabras en Juego recomienda también releer la serie de Refranes.
Comentarios recientes