La pandemia ha cambiado nuestra vida y en estos días en que regularmente inicia el ciclo escolar vemos cómo los estudiantes se preparan para el regreso a la escuela con la tecnología necesaria para las clases virtuales y el equipo de protección contra el coronavirus, a la par de los útiles escolares de siempre.
En mi memoria no se ha borrado ese recuerdo y la emoción de hacer las compras de cada año: cuadernos, colores, regla, compás, plumas, lápices, sacapuntas y, por supuesto, la goma de borrar o borrador.
Cada año renovaba la promesa de mejorar mi caligrafía, escribir de manera impecable y con mucho cuidado para no tener que emborronar mis libretas al llenarlas de borrones, manchas o imperfecciones o escribir de prisa, desaliñadamente o con poca meditación. También era importante afilar bien los lápices para que los escritos se vieran muy bien, con la letra nítida, no borrosa.
Por supuesto, al paso de los meses me relajaba en el propósito de los cuadernos inmaculados y, si la clase era aburrida, surgía la oportunidad de borronear o borrajear: escribir sin asunto determinado o hacer rasgos o figuras por mero entretenimiento o por ejercitar la pluma.
De cualquier manera, si se trataba de una tarea para entregar, procuraba hacer un borrador porque ese anteproyecto o texto provisional lleno de borraduras, tachaduras o tachones siempre ayudaba a afinar detalles para entregar un trabajo final más pulido y digno de la máxima calificación.
Ahora que menciono los borradores, recientemente supe que a esos bocetos también se les puede llamar borrones y, en la pintura y dibujo, esbozos, bosquejos y borroncillos.
Al final del año escolar, los cuadernos no lucían tan perfectos como lo había previsto pero valía la pena por todo lo que había aprendido y, además, en un par de meses volvería a empezar un nuevo ciclo, con cuadernos en blanco ¡y borrón y cuenta nueva!
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Cierto! Recuerdo que siempre empezábamos con una letra súper bonita y todo muy limpio y después nos íbamos relajando..jeje..
Qué bellos tiempos!